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Un blog sobre algunas cosas y cine.

domingo, julio 11, 2004

El rey de la escena 




"All the world's a stage,
And all the men and women merely players.
They have their exits and their entrances,
And one man in his time plays many parts,
His acts being seven ages."

-As You Like It (II, vii, 139-143)


Con todos los respetos para Brando, hay varios actores que pueden disputarle tranquilamente ese supuesto título de mejor actor del siglo XX. Uno de ellos es Laurence Olivier, que precisamente, representa lo opuesto a Brando en cuanto a técnica de interpretación. Él mismo lo expresó con inefable exactitud cuando en el rodaje de Marathon Man, Dustin Hoffmann le preguntó a Olivier cómo meterse en la piel de su personaje, y Olivier le respondió burlonamente: "Es fácil: sencillamente interprétalo". Sir Laurence Olivier contrapuso los excesos del Actor´s Studio a los excesos de la siempre fértil escuela de Shakespeare.
Que los actores ingleses son mejores que los americanos apenas merece discusión. Hay dos películas que lo muestran a la perfección: Espartaco y La guerra de las galaxias. En Espartaco (aunque esto no deja de ser una opinión personal), la distinción de los romanos respecto a los esclavos puede verse en sus actores: Kirk Douglas y Tony Curtis son dos sombras al lado de Laughton y Olivier (que da aquí uno de los papeles más complejos y ricos de su formidable carrera). En Star Wars, sólo hay que comparar a Alec Guiness, Peter Cushing, Ian McDiarmid y Christopher Lee con todo el resto: no hay ni color. Al lado de Palpatine, todos los personajes de la nueva trilogía son títeres, y la metáfora es acertada.
Pero volvamos a Olivier. Sabido es que despreciaba el cine (al igual que Brando). Prefería el teatro, donde según dicen, dio lo mejor de sí mismo. Los que no hemos podido vivir en Londres en la época en que Olivier, Guiness, y Richard Burton deslumbraban con sus interpretaciones del bardo de Stratford nos hemos perdido algo absolutamente irrepetible. Laurence Olivier maltrató a Marilyn Monroe en El príncipe y la corista: para él, ella no era más que una ninfa caprichosa. Donald Spoto ya se encargó, en una célebre biografía, de destapar la homosexualidad (visible en su amaneramiento) del gran actor, a pesar de su matrimonio con la célebre Vivien Leigh.
Su filmografía puede dividirse en varias etapas. En la de juventud, destacó en dos películas fallidas a su pesar: Cumbres Borrascosas, de William Wyler, y Rebeca, probablemente la película más irritante de Hitchcock. Tal vez consciente de ello, Olivier decidió tomar las riendas él mismo y dirigió tres películas memorables basadas en su autor amado: Enrique V, Ricardo III y Hamlet. De ellas, mi preferencia personal se decanta por el viscoso y jorobado Gloucester.
Después de su desafortunado encuentro con la Monroe, se retiró del cine hasta su glorioso retorno en la ya mencionada Espartaco, donde hace el ambigüo papel de Marco Licinio Craso, uno de los villanos más atractivos de la historia del cine, y un reflejo indisimulado del propio Olivier. En 1965, sorprendió a propios y extraños con su sobria interpretación de detective en la impresionante El rapto de Bunny Lake, del injustamente olvidado Otto Preminger.
Su última interpretación maestra para la gran pantalla se la debemos a J.L. Mankiewicz, que dio el broche de oro a su carrera personal con La huella. Muchos dicen que Olivier es superado por Michael Caine (en otro papel excelente para un actor excelente): es cuestión de opiniones. Lo que sí me parece es que Olivier parece divertirse como nunca haciendo de decadente escritor de novelas policíacas, aristocrático y amante de los juegos hasta el mismo extremo. De hecho, es muy difícil separar a los dos personajes de sus dos actores en esta extraña e increíble película.
Hizo otros dos papeles dignos de mención después de ese, en Marathon Man, como villano, y en Los chicos del Brazil, como héroe (por así decirlo). Papeles crepusculares donde puede verse aún su grandeza, aunque su gran testamento final sea quizás su papel como Lord Marchmain en Retorno a Brideshead, la gran serie de televisión, donde hizo doblete con su viejo amigo John Gielgud, otro gigante de la escena clásica.
Sería injusto acabar esta semblanza sin mencionar algunas adaptaciones de Shakespeare, para el cine y la televisión, dignas de admiración, y donde demostró su increíble registro. Hizo de Othello en una magnífica versión de Stuart Barge, que tiene la mala suerte de estar a la sombra de Orson Welles (que como actor era inferior a Olivier). También hizo de Shylock en un estupendo Mercader de Venecia para la televisión, y, cómo no, de Rey Lear en otra adaptación televisiva. Son tres rarezas relativas que vale la pena buscar, y quizás encontrar.

jueves, julio 08, 2004

Furia oriental 




Una especie de pudor personal me impide escribir un post al uso sobre Takashi Miike, el director más prolífico y creativo que el cine japonés está dando. La razón es bien sencilla: sólo he podido ver una película suya, Audition, que me parece una incontestable obra maestra. Semejante logro da lugar a pensar que el resto de su filmografía, a tenor de lo que se comenta en todas partes (Angel Sala no se cansa de decirlo) es igualmente atractiva. Pero, dadas las circunstancias de exhibición en España, voy a hacer lo único que puedo: que sigáis el mismo proceso que he seguido yo.

1) Películas de Takashi Miike que merecen su distribución en nuestro país:

-Trilogía Dead or Alive

-Visitor Q

-Ichi the Killer

-Gozu

2) Información de Takashi Miike en Internet:

-Filmografía completa en IMDB

-Un buen estudio introductorio a cargo de Nipoweb.

-Link al mejor libro sobre su obra en Amazon.

3) Y por último, sus últimos títulos, que están causando sensación en todos los Festivales y mercados internacionales: One Missed Call, Zebraman, e Izo, cuyo trailer acaba de aparecer en la Red.

martes, julio 06, 2004

El soñador rebelde 




La verdad es que no voy a analizar toda la filmografía de Terry Gilliam. Era difícil de creer que el tipo que realizaba las animaciones de los Monty Python, o que como mucho hacía personajes extraños como el cardenal Phang, llegara a ser el más destacado de todos con cierta diferencia. Por eso he decidido dejar atrás las películas ligadas al grupo, porque Brazil marca un punto total de distanciamiento, y el principio de una filmografía llena de imaginación, logro y fracaso.
Brazil, de hecho, es una de las cumbres del cine fantástico y una de las películas más densas que pueden verse. Hay una idea en cada plano, virtualmente. Por lo demás, el tema de Brazil, que es el tema principial de Terry Gilliam, que es uno de los pocos temas universales, es el conflicto entre la fantasía y la gris realidad. De hecho, en las aventuras del Barón de Munchausen, observamos, bajo la máscara de unas peripecias fantásticas, los fantasmas del ocaso y la melancolía.
Esa deliciosa película fue un fracaso tremendo. Así que, para seguir adelante, Gilliam cedió con El rey pescador, su película más blanda e inofensiva, que aún así tiene sus buenos momentos, en particular aquellos en que un irritante Robin Williams cree encontrarse con un caballero medieval en medio de Nueva York.
El bombazo lo dio con 12 monos. Tal vez por el tirón de las estrellas del reparto, o tal vez porque caló de alguna manera, fue el mayor éxito de su director. Con todo merecimiento: Gilliam vio en un cortometraje de Chris Marker, la Jetée, que retrataba un mundo postnuclear, un punto de partida para desplegar todo su catálogo de obsesiones. El diseño de producción es excelente, y la historia, de un gran fatalismo y una sombría complejidad. En ese sentido, toda la escena del manicomio resulta absolutamente ejemplar.
Después del alivio, Gilliam pudo permitirse la excentricidad de adaptar una novela de Hunter Thompson (y superarla) en Miedo y asco en las Vegas, que, curiosamente, es mi película favorita de su director. La odisea de estos dos personajes en una ciudad enloquecida a través de un itinerario casi suicida en el cual todo tipo de sustancias entran en sus cerebros consigue una mezcla de diversión y tristeza que rara vez suele verse con acierto. Por supuesto, fue un monumental fracaso.
No había, pues, director más capacitado para dirigir una versión del Quijote que Gilliam. La historia de Cervantes resume perfectamente el choque entre sueños y realidades que constituye el eje principal de su vida y su cine. El hombre que mató a Don Quijote, sin embargo, no llegó a puerto: una serie de desgracias dignas de Orson Welles frustraron el sueño. Pero nos queda un magnífico documental, Perdido en la Mancha, que retrata todas esas fatalidades y muestra lo que pudo ser la gran película de Gilliam.
Pero el caballero no se rinde. Ya ha acabado su última película, los Hermanos Grimm, una fantasía libre en la que los dos escritores son personajes de ficción. Visión obligada, más no puedo decir. Y tiene más proyectos en cartera, todos ellos igualmente estimulantes.

lunes, julio 05, 2004

Lunes al Sol 

Ya ha empezado el Verano, y muchos ya han empacado sus cosas para disfrutar de sus merecidas vacaciones. No preocuparse, que el jorobado sigue en Notre-Dâme tañendo las campanas para todos. Hoy Lunes, pequeño y espero que refrescante boletín de noticias:

-El festival de cine fantástico de Neuchatel ha premiado El maquinista, una película de la que ya se venía hablando, dirigida por Brad Anderson (cuya Sesión 9 no está nada mal), y, por lo que dicen, portentosamente interpretada por Christian Bale. Está producida en nuestro país, así que me imagino que podremos verla algún día.

-Esta noche el Garci (cosas del azar) emite la magnífica El hombre de Alcatraz, de John Frankenheimer. Hace dos semanas, emitieron de madrugada y en versión original Vencedores y Vencidos, de Stanley Kramer. Un excelente doblete de películas del grandioso Burt Lancaster en su mejor forma.

-Mientras este Julio yo me preparo para comprarme la última temporada de Futurama y poco más, Harry Knowles se prepara para comprar todas estas maravillas, la mayoría de las cuales no llegará nunca aquí. Hay una en particular que le va a gustar mucho a quien yo me sé. Yo por mi parte, acabaré viviendo en Estados Unidos, está claro.

viernes, julio 02, 2004

El mejor Brando  




-Un tranvía llamado deseo (1951), de Elia Kazan

-Viva Zapata (1952), de Elia Kazan

-Julio César (1953), de J.L. Mankiewicz

-La ley del silencio (1954), de Elia Kazan

-Sayonara (1957), de Joshua Logan

-El baile de los malditos (1958), de Edward Dmytryk

-El rostro impenetrable (1961), de Marlon Brando

-La jauría humana (1966), de Arthur Penn

-El Padrino (1972), de F.F. Coppola

-El último tango en París (1972), de B. Bertolucci

-Superman (1978), de Richard Donner

-Apocalypse Now (1979), de F.F. Coppola

miércoles, junio 30, 2004

Mundos sin fin 




Hoy voy a hablar de uno de esos hombres a los que el cine se lo debe todo. Georges Méliès fue uno de los afortunados franceses que estuvo presente en la famosa sesión de París que dieron los Hermanos Lumiére. También fue un gran admirador de la magia de Robert Houdin. De la suma de ambas pasiones salió el mago del cinematógrafo. Hizo unos 500 cortos de cine de la más variada temática (de los cuales sólo queda una décima parte), entre ellos los célebres Viaje a la Luna y La Conquista del Polo. Este hombre inventó prácticamente todos los trucajes visuales desde el momento en que descubrió que si cortaba el rodaje de una escena y lo reanudaba después con otros elementos en ella, el resultado era sorprendente: desapariciones, apariciones y transformaciones. Pero no se conformó con eso: Méliès inventó la doble exposición, el plano dividido, los fundidos y encadenados, el stop motion, la superposición óptica, el uso de maquetas, las transparencias y la pantalla negra. En su momento, asombró al mundo como nadie después de él lo ha vuelto a hacer. Hasta la llegada de los ordenadores, todos los efectos especiales del cine están basados en sus técnicas pioneras, que desarrolló en la primera década del siglo XX. Era un hombre de una gracia infinita y una fantasía portentosa. Este gran genio no supo adaptarse a los rápidos cambios que la industria experimentaba incesantemente en sus inicios, y acabó sus días vendiendo juguetes y golosinas en un puestecito de la estación de Montparnasse. La deuda que tenemos con él los que vamos al cine a soñar es inabarcable.

lunes, junio 28, 2004

La jungla de asfalto 




Joel Schumacher es uno de esos directores que hacen fruncir el ceño al aficionado al así llamado cine de autor, una expresión que por cierto me resulta irritante: como si hubiera alguna película que no tuviera autor. Su filmografía es muy irregular, ciertamente, pero yo juzgo a un artista por sus mejores obras, no por las peores. Si Charles Laughton hubiera dirigido veinte bodrios después de La noche del cazador, no le restarían el mérito. Y, desde cierto punto de vista, Welles nunca superó su película inicial, aunque eso ya es bastante discutible.
Así que no es cuestión de juzgar a Schumacher (quien por cierto, en una entrevista dijo que había visto el mal en Internet, unas palabras muy interesantes) por sus ridículas aportaciones a la saga de Batman (aunque Tim Burton ya había empezado a estropearlo en la segunda), sino por una no reconocida trilogía de películas urbanas que nos muestran a un director con un pulso envidiable y una gran capacidad para la inquietud y el suspense.
La mejor para mi gusto es Un día de furia, con la que sorprendió a todo el mundo. La vi un día de verano en el Cine Urgel (donde vi E.T. de pequeño, que nunca desaparezca), un día de calor parecido al que se retrata en su historia. Adoro la gran ciudad, pero viendo esta película, que es un precedente clarísimo de Seven, identifiqué claramente los fallos que la ciudad tiene como comunidad humana. Dependientes malhumorados que te cobran mucho por poco, hamburguesas que no tienen nada que ver con la foto, riqueza y miseria conviviendo a pocas calles, locura escondida tras las paredes, como diría el Joseph Cotten de La sombra de una duda. Lo que todos perdonamos, lo que todos toleramos, es lo que no tolera el señor D-Fens (probablemente, el papel cumbre de Michael Douglas), lo que lo hace estallar. El duelo que mantiene con el detective Prendergast (maravilloso Robert Duvall) es memorable y su resolución ("¿Yo soy el malo? Tendrías que ver esta ciudad"), ejemplar.
Asesinato en 8 mm ha sido muy injustamente tratada, en mi opinión. Me gustó cuando la vi en el cine, y cada vez que la veo me gusta más. Es, junto con Hardcore de Paul Schrader, el acercamiento más serio que he visto a la leyenda urbana de las snuff movies. Nicolas Cage hace un papel excelente como detective que se sumerge más y más en la mierda para aclarar un asesinato que no le importa a casi nadie. Sin embargo, el tema real de la película es la diferencia moral entre los ricos y los pobres. Max California (Joaquin Phoenix) está metido en un mundillo que no satisface sus necesidades intelectuales, porque no ha tenido otra salida, al igual que la joven actriz asesinada, sólo para divertimento de ricos espantosamente aburridos, que usan a la gente a su antojo. En ese sentido, es enormemente significativa la normalidad total del hombre llamado La Máquina tras su máscara ( "¿Qué esperabas encontrar? ¿Un monstruo?"), una patada a la moral que se basa en las apariencias.
Última Llamada era un muerto que nadie quería coger, uno de esos guiones que pasan de mano en mano durante años hasta que al final alguien se decide a rodarla (como Collateral, película a estrenar de Tom Cruise, y de la que hablaré en su momento). Es una película cortita, no llega ni a la hora y media, pero tiene tanta intensidad que parece que sea mucho más larga. Aquí ni siquiera sabemos el nombre del francotirador, sólo sabemos que tiene la profunda voz de Kiefer Sutherland (viejo amigo de Schumacher desde Jóvenes Ocultos y Línea Mortal, que por cierto son dos títulos la mar de entretenidos). Y Colin Farrell (que le debe su estrellato al director de Tigerland), borda el papel (en principio pensado para Jim Carrey, que hubiera tenido su gracia) de relaciones públicas de dudosa moral: sin embargo, no es fácil simpatizar con su acosador ("Tuve una infancia maravillosa"), porque las faltas de Stu Shepard son mínimas. Aquí el conflicto tiene un cierto caracter religioso: a Stu se le ofrece una posibilidad de redimirse a través del sufrimiento. El uso de la pantalla partida (a imitación de Richard Fleischer y Brian De Palma) aumenta la tensión, sujeta con elementos mínimos, lo que redunda en su eficacia.
El villano de estas películas no es exactamente un personaje: D-Fens, la Máquina o el Francotirador no son malos en el sentido estricto de la palabra. En todos los casos, tienen un lado humano muy evidente: D-Fens adora a su hija, la Máquina es un hijo ejemplar, el francotirador tiene sentido de la justicia. El malo de estas películas es la gran ciudad, cuya frecuente inhumanidad crea monstruos familiares.

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